Algunos adeptos “espirituales” escucharon sobre un maestro que llegó a la iluminación, y para llenarse de su sabiduría fueron a buscarlo para ser sus discípulos. Hicieron un largo camino, hasta que un día vieron una cabaña en mitad del bosque.
Un anciano estaba barriendo el suelo alrededor. Se alegraron los viajantes y se extendieron ante el anciano: “Ohhh, maestro, acéptanos en el seno de tu sabiduría, queremos aprender de ti” Anciano sonrió ligeramente y les dijo: “Yo no soy vuestro verdadero maestro. El hombre que buscáis, vive más lejos aún”.
Se levantaron los buscadores y se pusieron en camino de nuevo. Las indicaciones del anciano les trajeron a un lugar donde erigía un palacio enorme que emanaba muchísima riqueza y abundancia en todo. El interior del palacio seguía la misma ostentad.
Reverentes servidores les acompañaron por un corredor largo hasta una enorme sala, donde murmuraban los fuentes de magnifica belleza y las piscinas estaban llenas de pétalos. En el medio del centro estaba tumbado un hombre vestido en seda, en cuyo alrededor remolineaban las preciosas odaliscas. “Maestro”, – dijo uno de los acompañantes, dirigiéndose al hombre tumbado al mismo tiempo que le hizo la reverencia, – “tiene una visita”
Al ver tal panorama, nuestros viajantes se quedaron mudos y sin decir nada, se dieron la vuelta y se marcharon de este lugar, de vuelta a la cabaña. Cuando de nuevo vieron al anciano, le preguntaron exclamando: “¡Nos has tomado el pelo! – exclamaron – ¡¿Cómo puede ser aquel señor, hundido en riqueza, y casi cubierto de oro, ser un maestro iluminado?!!!” Anciano les contesto: “¡Vaya! … os habéis precipitado a juzgar por el exterior. Él sí que ha llegado a la iluminación, puesto que ni tanta riqueza y abundancia material, ni el poder que tiene, no son capaces de descarrillarle de camino espiritual que él haya elegido. Él tiene verdadera fuerza de espíritu. Y yo … soy un simple anciano débil, puesto que tanta riqueza me haría perder la cabeza”.